La tecnología neocolonial en Black Mirror
El
episodio Black Museum, cierre de la cuarta temporada de la serie Black Mirror,
ha provocado una reacción particular en sus seguidores. Se trata de la primera
puesta en escena del problema racial en la sociedad digital, cuyo atractivo en
el curso de la narración, consiste en observar un posible desnudamiento de la
realidad, por ejemplo, el abuso perverso que padecen las clases descartadas del
banquete de la tecnología en manos de
los representantes del poder económico.
Black
Museum nos propone una estética narrativa inusual en Black Mirror. La historia
central se bifurca en otras historias. La hija de un hombre negro condenado a
muerte por la justicia. El terrible final de la vida de un empeñoso doctor
sadomasoquista. La inmovilidad eterna de una esposa, atrapada en la nube. Construyen
una historia que tiene como escenario el museo de tecnologías fuera de circulación
legal, utilizadas en diversos experimentos sobre la conciencia humana. Estas
historias se encuentran en una muñeca rusa que nos propone un tema en común: La
traslación de la memoria individual a un soporte digital.
La memoria
en la historia de la escritura primero se hizo presente en un soporte material
como el libro, sumergiéndose ahora en un nuevo espacio de control mucho más
sofisticado. No se puede echar de menos la reflexión acerca del impacto de los
dispositivos tecnológicos como productos del mercado capitalista. Este episodio
muestra la deshumanización de la institución científica, perturbada por la
instrumentalización de la tecnología en razón del progreso y de la hegemonía de
los grupos de poder. Pero, sobre todo, muestra la estructura colonial vigente
en las formas de producir conocimiento y en las dinámicas tecnológicas de la sociedad contemporánea. La memoria, la
conciencia y el placer, son elementos principales en la constitución de sistemas
cerradas por medio de las nuevas tecnologías al servicio del desarrollo del
modelo colonial capitalista. Black Museum pone en escena la deriva de la
cultura de consumo, cuando el dolor se vuelve mercancía somatizada por la
tecnología, y la vida al borde de la aniquilación se trasforma en un espectáculo
que repite el sufrimiento hasta vaciarlo de sentido. Sin lugar a dudas, el
último episodio nos revela la estructura colonial como universo simbólico del
desarrollo material de la tecnología, y también nos pone atentos a la sororidad
multiculturalista de las luchas contemporáneas.