En
el anterior comentario sobre la serie True Detective, tocamos la configuración
literaria de la ciudad de Carcosa, emblema del gótico norteamericano, dejando
por fuera, en esa ocasión, el otro lado de la historia de Luisiana, es decir,
la historia de esclavitud de los negros oculta en el sur de EEUU. Parece que estuviéramos hablando
de un tema lejano al asunto principal de True Detective, la historia de dos
detectives envueltos en la investigación de una serie de crímenes de mujeres,
relacionados con una secta compuesta por una elite blanca, aficionada por
prácticas que mezclan de forma perversa cristianismo, vudú y violencia marcada
por una irónica pizca de sadomasoquismo; no obstante, si la trama de detectives
en la tradición de la que se alimenta Nic Pizzolatto,
versa básicamente sobre la persecución (a veces imposible y fatal) de la
verdad en un fondo de tinieblas, que más
que indagar sobre la mirada que propone la serie sobre la descomposición del
sur, arrasado por su propio pasado vigente en un presente de envilecimiento
colectivo.
El
estado de Luisiana era uno de los lugares con mayor población de negros
esclavizados antes de La guerra de Secesión, que acabó con la esclavitud en el
siglo XIX. Mientras Lincoln aprobaba la proclamación de Emancipación y firmaba
la liberaron de los esclavos, la elite blanca conservadora transformó las
plantaciones (algodón, caña, tabaco, etc.) de esclavos, en plantaciones de
aparcería y en granjas carcelarias. Los negros continuaron siendo explotados,
desmembrados de sus raíces y creencias por la campaña evangelizadora del
cristianismo, afianzando con la sangre de sus cuerpos, el desarrollo de la
incipiente economía capitalista. Cabe mencionar que todavía a finales de la
década de los 90, después de largas jornadas de lucha y resistencia a lo largo
del s. XX, las políticas llevadas a cabo por las fuerzas de inteligencia de la
CIA, encargadas de salvaguardar los intereses de las clases dominantes,
procuraron insertar, sin escatimar medios, todas las formas de violencia
conocidas (adicción a las drogas, seducción por las armas, deformaciones
morales, etc.), dislocando el tejido cultural de la población negra. Es en ese
sentido, que podemos observar un nivel simbólico en True detective que convoca
a pensar en la ausencia del otro. Y de hecho, es cierto, hay muy poca presencia
de personajes de raza negra en escena, cuya inquietante tachadura es justamente
un síntoma social que evidencia el despliegue de una serie delirante que
muestra el envilecimiento colectivo provocado por la configuración colonialista
de lo viviente (la fuerza epistémica de un sur anómalo) en manos de una elite
blanca desquiciada.
Y
así, en True Detective aparece Luisiana, como un espacio marcado por esa
impronta colonial capitalista que empuja a sus ciudadanos a someterse al delirio
enajenante de una existencia sin mucho sentido. Sin embargo, mientras la serie
nos muestra la configuración colonial de un sur cristiano, pedófilo, pobre,
racista, machista, atrasado, etc.; también nos ofrece un espacio larvario, es
decir, en resistencia permanente, donde lo otro aparece para desestabilizar el
orden, en un lugar de trasformaciones inesperadas, donde las luces del pantano
seducen a los hambrientos de verdad, como nuestros queridos detectives, a una
profunda esquizo terapia de sus esencias.
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