La sed del mal es la medida del bien
En
un cóctel sorpresivo de tramas, la cuarta temporada de Black Mirror, explora un
drama donde se aborda una temática inédita en la serie creada por Charlie
Brooker, la maternidad en la era de los Smartphone y la tecnología 4G.
“Arkangel” es un episodio que mantiene la tónica de los mejores capítulos de la
serie, indagando hasta extremos escabrosos en el abismo que se abre entre la
tecnología, el control y lo humano. Jodie Foster es la encargada de la
dirección de este episodio, donde no duda en ampliar las dimensiones éticas
(como en “Taxi Drive”) del control parental,
radicalizando una crítica a las
relaciones patológicas de las
sociedades, donde la imagen de control entre madre-hija, se traduce en la
relación asimetría entre ciudadanos-orden
político.
El
episodio comienza con una escena que revela inmediatamente la personalidad
sobreprotectora de la madre, cuando en un paseo con su hija, ésta desaparece de
su vista, persiguiendo a un gato en los exteriores del parque. Luego de encontrar
a su hija, la madre toma la decisión de aplicar en un programa experimental
llamado Arkangel, una radicalización tecnológica de las aplicaciones actuales
para el control parental, insertando un chip que permite monitorear, por medio
de una Tablet, la vida de la niña. Pero tal dispositivo va mucho más lejos,
permitiendo bloquear cualquier experiencia que cause estrés en el usuario. La
niña crece sin experimentar emociones fuertes, porque el sistema actúa
alterando su percepción visual y sonora. Cuando su abuelo es víctima de un
infarto, la niña es incapaz de sentir y asimilar la experiencia del dolor,
debido al bloqueo sensorial programado por Arkangel. La madre en un momento
determinado de su crecimiento decide liberar a su hija del programa, para que
pueda experimentar la realidad en su totalidad. Sin embargo, cuando la vida
adolescente empieza a florecer, la madre activa nuevamente el programa para
rastrear a su hija, espiando en su intimidad, y ese acto de traición
desencadenaría un dramático conflicto entre madre e hija. La chica pierde los
estribos y golpea a su madre, quien por accidente activa el bloqueo sensorial
del programa, evitando que su hija pueda identificar el dolor su madre,
mientras continúa golpeándola brutalmente con la Tablet. El episodio concluye
con la separación definitiva, la madre sobrevive a la paliza mientras que su
hija decide huir en autostop.
Foster
acierta con un drama donde replantea el problema de la deriva tecnológica bajo
un sistema de control de los afectos. Una maternidad patológica. Sin lugar a
dudas el giro destacable se encuentra en la violencia desatada como rasgo
neurótico de un sujeto sometido a la represión y control de sus emociones
vitales, condenado a la insensibilidad por una programación algorítmica de su
personalidad. El ser necesita el roce de lo peligroso para vivir pleno. Por eso
está forma de civilidad programada, mediante la represión tecnológica del
afecto remite al viejo problema del malestar de la cultura planteado por Freud.
“Arkangel” es brutal en mostrar esa condición de insatisfacción radicaliza por
un sistema de vigilancia y programación de la conducta individual, que fracasan
en su objetivo liberando un ello caotizado
por el martirio de la medición de los algoritmos. La vida se vive en el
extremo de la orilla, como la chica protagonista, navegando en su propia marea
de pulsiones incontrolables. El mal es un tema subyacente en este dramático
desenlace, donde el proyecto civilizatorio fracasa en su intento por moldear el
ser en un lecho de Procusto. Anuncia un despertar hacia una nueva vida, una
ética de la supervivencia. Como decía Georges Bataille “Así como el horror es la medida del amor, la sed del mal es
la medida del bien.”
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