viernes, 14 de febrero de 2020

La sed del mal es la medida del bien


La sed del mal es la medida del bien










En un cóctel sorpresivo de tramas, la cuarta temporada de Black Mirror, explora un drama donde se aborda una temática inédita en la serie creada por Charlie Brooker, la maternidad en la era de los Smartphone y la tecnología 4G. “Arkangel” es un episodio que mantiene la tónica de los mejores capítulos de la serie, indagando hasta extremos escabrosos en el abismo que se abre entre la tecnología, el control y lo humano. Jodie Foster es la encargada de la dirección de este episodio, donde no duda en ampliar las dimensiones éticas (como en “Taxi Drive”)  del control parental, radicalizando  una crítica a las relaciones patológicas  de las sociedades, donde la imagen de control entre madre-hija, se traduce en la relación asimetría  entre ciudadanos-orden político.
El episodio comienza con una escena que revela inmediatamente la personalidad sobreprotectora de la madre, cuando en un paseo con su hija, ésta desaparece de su vista, persiguiendo a un gato en los exteriores del parque. Luego de encontrar a su hija, la madre toma la decisión de aplicar en un programa experimental llamado Arkangel, una radicalización tecnológica de las aplicaciones actuales para el control parental, insertando un chip que permite monitorear, por medio de una Tablet, la vida de la niña. Pero tal dispositivo va mucho más lejos, permitiendo bloquear cualquier experiencia que cause estrés en el usuario. La niña crece sin experimentar emociones fuertes, porque el sistema actúa alterando su percepción visual y sonora. Cuando su abuelo es víctima de un infarto, la niña es incapaz de sentir y asimilar la experiencia del dolor, debido al bloqueo sensorial programado por Arkangel. La madre en un momento determinado de su crecimiento decide liberar a su hija del programa, para que pueda experimentar la realidad en su totalidad. Sin embargo, cuando la vida adolescente empieza a florecer, la madre activa nuevamente el programa para rastrear a su hija, espiando en su intimidad, y ese acto de traición desencadenaría un dramático conflicto entre madre e hija. La chica pierde los estribos y golpea a su madre, quien por accidente activa el bloqueo sensorial del programa, evitando que su hija pueda identificar el dolor su madre, mientras continúa golpeándola brutalmente con la Tablet. El episodio concluye con la separación definitiva, la madre sobrevive a la paliza mientras que su hija decide huir en autostop.
Foster acierta con un drama donde replantea el problema de la deriva tecnológica bajo un sistema de control de los afectos. Una maternidad patológica. Sin lugar a dudas el giro destacable se encuentra en la violencia desatada como rasgo neurótico de un sujeto sometido a la represión y control de sus emociones vitales, condenado a la insensibilidad por una programación algorítmica de su personalidad. El ser necesita el roce de lo peligroso para vivir pleno. Por eso está forma de civilidad programada, mediante la represión tecnológica del afecto remite al viejo problema del malestar de la cultura planteado por Freud. “Arkangel” es brutal en mostrar esa condición de insatisfacción radicaliza por un sistema de vigilancia y programación de la conducta individual, que fracasan en su objetivo liberando un ello caotizado  por el martirio de la medición de los algoritmos. La vida se vive en el extremo de la orilla, como la chica protagonista, navegando en su propia marea de pulsiones incontrolables. El mal es un tema subyacente en este dramático desenlace, donde el proyecto civilizatorio fracasa en su intento por moldear el ser en un lecho de Procusto. Anuncia un despertar hacia una nueva vida, una ética de la supervivencia. Como decía Georges Bataille “Así como el horror es la medida del amor, la sed del mal es la medida del bien.”


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