viernes, 14 de febrero de 2020

El amor controlando tu vida


El amor controlando tu vida








Para algunos espectadores y comentaristas, la cuarta temporada de Black Mirror, es como un disco de música pop, donde solo se puede encontrar un hit que se diferencie del resto. Aunque tal afirmación sería injusta, algo tiene de verisímil, como cualquier polémica. El hit potente, el sencillo  imprescindible de la temporada, nos trae a la narrativa de la serie una historia más de amor contrariado o comedia romántica. Pero “Hang: DJ” es un pieza casi musical que logra opacar con sus sonidos disonantes toda la oferta de la serie mainstream de Netflix.
En “Hang: DJ”, el hilo argumental está marcado por el sello de Timothy Van Patten, director de series de la talla de “The Soprano”, bajo la propuesta conceptual original, creada por Charlie Brooker, para Black Mirror. Me refiero a la visión distópica de la sociedad occidental, donde la radicalización de la tecnología saca a relucir el lado oscuro de la naturaleza humana. Este episodio particularmente introduce una temática romántica al extremo de convertirse en una puesta en escena de la gramatización del amor por medio de un dispositivo tecnológico de poder, bajo una sociedad de control totalitario del deseo, como proponen autores con la importancia de Gilles Deleuze o Bernard Stiegler, para pensar la crisis actual de nuestra contemporaneidad abocada entre un abismo climático y una pulsión insana hacia el progreso y el desarrollo.
Las parejas amorosas, y posteriormente las familias formadas, son seleccionadas por un dispositivo  que funciona con características similares a la retícula vigilante  del Gran Hermano de G. Orwell. Una aparato que dispone y regula el tiempo que una pareja debe estar junta, para poder acceder al nivel máximo y ascender. Podemos ver como tal experiencia lleva al extremo la incapacidad de decidir como sujeto (parejas asignadas que no son compatibles y deben cumplir con un tiempo indeseable dispuesto por el programa) y la impotencia de vivir  el mundo de los afectos bajo el dominio de la configuración algorítmica (un sistema tecnológicamente líquido de compatibilidad sospechosamente infalible). Acaso no vemos algo de esto en el despliegue de nuevas relaciones eróticas, desde que plataformas como Tinder han naturalizado self service opresivo sobre las cuestiones amorosas que experimentamos en una modernidad líquida diagnosticada por Zygmun Bauman.
Sin embargo, Van Patten pudo abrir una ventana en esa realidad sofocante planteada por la estética de Charlie Brooker. Y evitar que sus protagonistas se asfixien hasta el extremo del vaciamiento del sentido provocado por una vida homogénea, donde nuestros afectos, sensaciones, miradas, formas de coger y amar, son programadas por una base de datos e impuestas regulando nuestro tiempo en la existencia. Aunque el precio de la libertad, exija una voluntad de poder inquebrantable, una fuerza de imaginar lo imposible, y  de una resistencia implacable ante el autoritarismo de las sociedades de control. “Hang: DJ”  es una melodía siniestra y subyugadora dentro de un repertorio de exploraciones rítmicas no tan afortunadas en su recepción con un público que aún no ha terminado de engullir todo el banquete.


La sed del mal es la medida del bien


La sed del mal es la medida del bien










En un cóctel sorpresivo de tramas, la cuarta temporada de Black Mirror, explora un drama donde se aborda una temática inédita en la serie creada por Charlie Brooker, la maternidad en la era de los Smartphone y la tecnología 4G. “Arkangel” es un episodio que mantiene la tónica de los mejores capítulos de la serie, indagando hasta extremos escabrosos en el abismo que se abre entre la tecnología, el control y lo humano. Jodie Foster es la encargada de la dirección de este episodio, donde no duda en ampliar las dimensiones éticas (como en “Taxi Drive”)  del control parental, radicalizando  una crítica a las relaciones patológicas  de las sociedades, donde la imagen de control entre madre-hija, se traduce en la relación asimetría  entre ciudadanos-orden político.
El episodio comienza con una escena que revela inmediatamente la personalidad sobreprotectora de la madre, cuando en un paseo con su hija, ésta desaparece de su vista, persiguiendo a un gato en los exteriores del parque. Luego de encontrar a su hija, la madre toma la decisión de aplicar en un programa experimental llamado Arkangel, una radicalización tecnológica de las aplicaciones actuales para el control parental, insertando un chip que permite monitorear, por medio de una Tablet, la vida de la niña. Pero tal dispositivo va mucho más lejos, permitiendo bloquear cualquier experiencia que cause estrés en el usuario. La niña crece sin experimentar emociones fuertes, porque el sistema actúa alterando su percepción visual y sonora. Cuando su abuelo es víctima de un infarto, la niña es incapaz de sentir y asimilar la experiencia del dolor, debido al bloqueo sensorial programado por Arkangel. La madre en un momento determinado de su crecimiento decide liberar a su hija del programa, para que pueda experimentar la realidad en su totalidad. Sin embargo, cuando la vida adolescente empieza a florecer, la madre activa nuevamente el programa para rastrear a su hija, espiando en su intimidad, y ese acto de traición desencadenaría un dramático conflicto entre madre e hija. La chica pierde los estribos y golpea a su madre, quien por accidente activa el bloqueo sensorial del programa, evitando que su hija pueda identificar el dolor su madre, mientras continúa golpeándola brutalmente con la Tablet. El episodio concluye con la separación definitiva, la madre sobrevive a la paliza mientras que su hija decide huir en autostop.
Foster acierta con un drama donde replantea el problema de la deriva tecnológica bajo un sistema de control de los afectos. Una maternidad patológica. Sin lugar a dudas el giro destacable se encuentra en la violencia desatada como rasgo neurótico de un sujeto sometido a la represión y control de sus emociones vitales, condenado a la insensibilidad por una programación algorítmica de su personalidad. El ser necesita el roce de lo peligroso para vivir pleno. Por eso está forma de civilidad programada, mediante la represión tecnológica del afecto remite al viejo problema del malestar de la cultura planteado por Freud. “Arkangel” es brutal en mostrar esa condición de insatisfacción radicaliza por un sistema de vigilancia y programación de la conducta individual, que fracasan en su objetivo liberando un ello caotizado  por el martirio de la medición de los algoritmos. La vida se vive en el extremo de la orilla, como la chica protagonista, navegando en su propia marea de pulsiones incontrolables. El mal es un tema subyacente en este dramático desenlace, donde el proyecto civilizatorio fracasa en su intento por moldear el ser en un lecho de Procusto. Anuncia un despertar hacia una nueva vida, una ética de la supervivencia. Como decía Georges Bataille “Así como el horror es la medida del amor, la sed del mal es la medida del bien.”