domingo, 23 de junio de 2019

El Carcosa de True detective




True detective introduce con autoridad poética a su amplia audiencia en la mítica ciudad de Carcosa, -imaginada inicialmente por Ambrose bierce en Un habitante de Carcosa, re-descubierta por Robert W. Chambers e inscripta en el horror cósmico del universo simbólico de H. P. Lovecraft-, como ramas arteriales de la tradición literaria anglo-americana de la que se alimenta Nic Pizzolatto para adentrarnos en una Carcosa espectral escondida en el interior periférico de Luisiana. La trama de la obra explota la existencia de otros mundos, descubriendo la relación con lo desconocido y la perversión violenta de la crisis cultural norteamericana. Los detectives Rust Cohle y Martin Hart descubren un mal corrosivo que se oculta en la ciudad maldita y contamina la psicoesfera de los buenos ciudadanos de Luisiana.
En Carcosa sucede algo similar al malestar de la cultura descrito por Freud, al entrar en su arquitectura cultural el animal que somos corre el riesgo de enloquecer. No obstante, hay un efecto beneficioso en la situación apremiante de los detectives cuando no pueden dejar de sentir el terror en sus vidas, al contemplar con sus ojos, la perversión encarnada por la familia de los Childress, históricamente vinculada con las prácticas satánico-religiosas o paganismo de blancos, y la serie de innumerables violaciones y asesinatos de menores. Tal como menciona Zizek, parafraseando a su vez a Lacan: el terror es una forma de saltarnos el estado simbólico del indiviuduo (el lenguaje, la sociabilidad, ek superyo) y entrar en el estado real, precio al lenguaje, ese magma donde las sensaciones esquizoides, las puras impresiones y los significados (libres de su atadura) campan a sus anchas. Siguiendo a Nietzsche, podemos decir que tanto Rust como Martin son afectados por el abismo pantanoso que se descubre en Carcosa. Cabe mencionar un rastro poético fundamental en la transformación de los personajes, un rastro que les permite la redención a raíz del contacto peligroso con el otro, es decir, un contacto transformador, donde la subjetividad prolifera desde pensamiento del otro. Así Martin sufre un proceso de metabolización por medio del terror que le permite pasar de la esfera-límite del ciudadano estándar del “American way life” a descubrir la intensidad de lo sensible en el sufrimiento del otro.
La potencia estética del pensamiento nihilista de Rust nos hace pensar en un Don Quijote de los pantanos,  definición  que relacionamos con la afirmación realizada por Martin sobre la personalidad de su pareja: “es incapaz de diferenciar una idea de un hecho”. No obstante, en esa incapacidad intelectiva encontramos una inversión del dogmatismo del pensamiento racional, y el surgimiento de una ética de la negación, capaz de desvelar la trampa colectiva, la dialéctica panzuda de lo normado, la telaraña de Carcosa en la que todos estamos arrojados. Cohle logra desvelar el misterioso pantano de nuestra realidad contemporánea: Estamos en un pantano enlodado/ los caimanes nadan a nuestro alrededor/ y ni siquiera lo sabemos/sabes porque/ porque  no los vemos.